Las enfermedades infecciosas, provocadas por virus, bacterias, parásitos y protozoos, han sido un problema para la humanidad desde los tiempos de los tiempos. Siempre ha habido microorganismos patógenos, con capacidad para romper las barreras defensivas de nuestro organismo e infectarnos. En épocas de grandes hambrunas o malnutrición, guerras y hacinamiento las epidemias se han propagado fácilmente viéndose favorecidas por condiciones higiénicas deplorables e individuos con el sistema inmunitario, por lo menos, debilitado.
Es evidente que los sistemas de alcantarillado, potabilización del agua, limpieza y aislamiento de enfermos han contribuido enormemente a la reducción de este tipo de enfermedades. En el caso de las bacterias la descubierta de los antibióticos fue un gran avance para la medicina. Gracias a ellos podemos curar enfermedades por las que nuestros antepasados morían, incluso algunas que ahora nos parecen muy leves.
Pero estas bacterias disponen de unas increíbles estrategias de supervivencia, son capaces de mutar y transmitir a sus compañeras los nuevos genes, y poco a poco, y debido al mal uso de los antibióticos, han ido adquiriendo capacidades para sobrevivir a la terapia con fármacos, se han hecho lo que llamamos resistentes a los antibióticos.
En el momento actual se están buscando soluciones a este problema, pues nos encontramos con bacterias resistentes a todos los antibióticos que conocemos. Y en este contexto últimamente se habla de la terapia con fagos.
Los fagos, o bacteriófagos, son virus con capacidad de infectar bacterias. Cuando están en su interior usan la maquinaria de la célula infectada para multiplicarse y cuando ya lo han hecho destruyen la célula para salir al exterior y poder seguir infectando. Este tipo de virus lo usamos ampliamente en la industria farmacéutica y en el mundo de la investigación para múltiples funciones. Pero ya en los años 20 se descubrió que ¡se pueden usar para matar bacterias patógenas para los humanos!
Estos se estuvieron usando para este fin durante años pero con la aparición de los antibióticos se dejaron de lado ya que, probablemente por desconocimiento y mala praxis, no acababan de dar los resultados esperados. Su uso correcto requiere un buen conocimiento en la materia. ¡En realidad igual que los antibióticos! Para dar un antibiótico lo correcto sería aislar el microorganismo, testar los diferentes antibióticos para ver cuál es capaz de destruirlo y tratar. En la actualidad se trabaja empíricamente, en ocasiones ni siquiera se demuestra que haya infección bacteriana antes de tratar. Y encontramos restos de antibióticos en el agua potable y en los animales que comemos, ¡así se crean las resistencias! Pues bien para la correcta terapia con fagos sería necesario lo mismo y parece ser que, si en su momento cayeron en desuso fue precisamente por esto: se empezaron a dar empíricamente de forma que los resultados no fueron los adecuados.
Aun así en Georgia, cuna de la investigación y la terapia con fagos, nunca se han dejado de utilizar, hay un hospital que los sigue “fabricando” y utilizando para la terapia y ahora el mundo se gira para mirarles y se pregunta “¿debemos volver a usar bacteriófagos?”.
Hay múltiples estudios que investigan su eficacia, la mayoría en ruso por haberse realizado en la antigua Unión Soviética, pero actualmente encontramos algunos artículos en inglés dónde se revisan todos estos estudios. Según parece los fagos podrían ser una muy buena alternativa a los antibióticos en esta ya llamada “era post-antibiótica”.
Dra. Padma Solanas Noguera
Imagen de Planet Earth https://www.flickr.com/photos/phylomon/4520268413